viernes, 9 de julio de 2010

Las llamaditas obligadas


A la mañana me desperté como si nada, como si no hubiera tenido un Tsunami en la panza a la madrugada.

Cuando digo como si nada, me refiero sólo al dolor, porque lo que es levantarme, me costó un Perú ¡Madre mía! Para mí levantarme es como un castigo divino.

Ya estoy en pie hace rato, pero hoy no hice mucho:

- Tengo comida para este mediodía preparada antiayer (que por cierto, vaya casualidad, son arbejas con jamón -las arbejas, sobre todo-, que es el plato que más odia el amigo de mi marido que hoy quiere venir a casa).
- Hablé con mi marido para preguntarle a qué hora venía a comer; y para hablar porque sí, que es una costumbre nuestra, esto de hablar todo el día, que el día que yo vuelva a trabajar nos vamos a extrañar un montón.

A lo que iba es que lo único que hice hoy, y con mucho esfuerzo, es lavarme el careto, cepillarme los dientes, vestirme a mí y "al nene", y comprar para preparar la cena ¡Cómo le gusta salir al Negri! Las vecinas, que son todas viejas, se me lo quieren comer porque es pura chicha, y no paran de decirme que para ser sólo de pecho está enorme.

Y lo que me queda por hacer es lavar los platos, (QUE ODIO hacerlo) llamar a mi vieja, que por cierto ¡Cómo me hace falta la vieji en casa! De todos modos hablamos todos los días.

A los que de verdad TENGO que llamar y no hago por pura vagancia es a mi viejo, su hermana y mis tías abuelas; sólo de pensarlo me dan ganas de ir a lavar los platos y que se me haga tarde. Es que con ellos no hablo lo que se dice de verdad. La conversación es como una plantilla. Ya sé lo que me van a preguntar, lo que voy a responder y cuánto va a durar. Lo peor de todo es que no tengo escusa para no llamar, porque las tengo pagas ya.

Otra cosa que estoy tratando de evitar con todas mis fuerzas es que me pregunten qué planes tengo para MÍ VIDA. O sea, la verdad, no tengo plan de carrera profesional, que eso es lo que verdaderamente quieren saber. Me conformaría con dejar de ser lumpen, ganarme unos mangos y tener el tiempo suficiente para criar a mi hijo. Mis planes son: tener un lavaplatos (urgente), que Jordi saque el polvo de las estanterías porque es alto (urgentísimo), terminar de instalar los muebles que compré, ver a dónde me voy de vacaciones y planear mi próximo viaje a mi terruño, antes de que el pibe me cumpla los dos años, así no pagamos pasaje por él.

Hablando de las cosas que tenía que hacer... se me olvidó contar lo más dejado que pasó en casa en las últimas 72 horas. Hace unos días puse a jugar al bebé en el agua, en una palangana que compré para esos fines. Después de chapotear un rato, no se me ocurrió mejor idea que dejarlo un rato en bolas, envuelto en la toalla en su sillita. Antes de que pasaran 5 minutos, el tipo ya se había cagado (le fascina hacer caca cuando está en bolas). No es la primera vez que me pasa, así que cuando llegó mi marido la toallita lo estaba esperando. Que sí, que no, total, que al final ese día no se lavó. Al siguiente la dejamos esperar, y hoy directamente mi marido la tiró a la basura ¡Es el colmo de ser puercos, tener una toalla cagada hace tantos días, no lavarla y encima tirarla a la basura tan frescamente! Pero la verdad, todo el tiempo que no le dedicamos a la toalla nos la pasamos bárbaro dando paseos nocturnos por el barrio y viendo películas.

Hoy también tenemos un plan divino: nos vamos a la biblioteca a devolver las pelis que sacamos, agarramos otras, nos vemos con el amigo y después nos quedamos hasta tarde, agarraditos de la mano viendo pelis.

Bueno, para que no se me pinche el plan divino, me voy a lavar los platos y a preparar la cena. Seguro para la próxima entrada los sorprendo con más historias de cosas que tiramos para no lavar o de cosas que lavo para no tirar.

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